domingo, 18 de noviembre de 2012

¡¡ Habemus tricampeón ¡¡


Hay momentos de la vida en los que te planteas qué hubiera pasado si la fortuna, las circunstancias, la suerte, hubieran sido más propicias. Porque luchar contra el viento en contra te ha hecho endurecerte de tal manera que ya no recuerdas cuando la inocencia era la primera que se levantaba de la cama, y no esa sensación de haber tenidos malos sueños.

Sí, habemus campeón, no sabemos quién pondrá su nombre en la historia de la Fórmula 1 como el tricampeón más joven de la historia, pero eso es anecdótico, la lucha ha sido, y todavía es, tremenda, épica, bella...y nos ha proporcionado los momentos suficientes para olvidar que nuestra propia lucha ante la vida sigue siendo tan dura que dar un paso se convierte en sí en una batalla. Me siento identificada con la persona que lucha contra las circunstancias adversas, pero que se levanta y jura ante los dioses que jamás volverá a pensar en aquéllos que te abandonaron en tu peor momento, sabiendo que tendrás la fuerza para volver la vista ante la negatividad de los que te dicen que no eres lo suficientemente buena.

Y creo, sinceramente, que hay personas que han nacido tocados con la suerte, sólo por poseer el don de la fortaleza que te hace luchar incansablemente, y te envidio, tricampeón, que no has dejado un sólo instante de decirle a ese viento en contra, que no abandonarás nunca. Porque aunque no ganes ese tricampeonato, para algunas personas como yo, ya lo has ganado.

No hace falta que te diga que en los momentos difíciles estamos contigo, seas o no ganador de la gloria.
Y tampoco hace falta decir tu nombre, forma parte ya de la Historia.

Y no me resisto a poner un vídeo sobre tí, tricampeón:


Y para hablar sobre eso de ver el vaso medio lleno, visiten esta anterior entrada: "D. Fernando Alonso o la fuerza del optimismo". Y seamos optimistas.

lunes, 12 de noviembre de 2012

En busca del tiempo robado...Momo


























Se han cumplido unos cuantos años, en concreto 83, del nacimiento de Michael Ende, famoso por libros entrañables como "Momo" o "La historia interminable". Historias que me llevan a una época mucho más limpia, en la que mi inocencia se mantenía intacta y yo sufría mucho más por esa manía que tenemos en nuestra juventud de dar cabida a todo tipo de sentimientos, y, además, permitirles que nos invadan como un torrente que no llama a la puerta, que no nos da un aviso siquiera...Han pasado unos años, sí.

Momo es una niña que aparece retratada con la madurez que quisiéramos todos, un ser con una cualidad única: la de saber escuchar. Algo que puede parecer sencillo y es la más preciada de las virtudes, precisamente por ser una "rara avis" que no es abundante y que se convierte en especie en peligro de extinción. Momo escucha, comprende, soluciona problemas, atiende necesidades, se convierte en un personaje imprescindible, todo el mundo quiere ser amigo de Momo. ¿Y quién no querría serlo?

Pero aparecieron los llamados "hombres grises" y venden a todos la idea de que deben ahorrar tiempo, que todas los minutos y segundos son tan valiosos que no pueden malgastarse. Son vitales para la supervivencia de la sociedad, deben atesorarse en lugares seguros y acumular el máximo posible, el ahorro del tiempo es fundamental. Y todos caen en ese engaño, y empiezan a pensar que deben tener más, y más, y más. 
Más minutos, más tiempo que va a parar a manos de los hombres grises, que los consumen, los explotan y terminan por convertir en esclavos del tiempo a todos los seres humanos.

Y entonces, los hombres, mujeres y niños dejan de tener tiempo para hablar, para pasear, escuchar y ser escuchados, la vida es rápida y estresante porque hay que correr para conseguir atesorar el mayor número posible de minutos. Pero una vez conseguidos los minutos, los hombres grises quieren más y más, y más. Su avaricia es ilimitada, nunca hay tiempo suficiente, y hay que correr para buscar más tiempo. Un minuto más, un segundo puede ser vital. Y la vida se convierte en la esclavitud de los seres humanos, ellos mismos se han puesto las cadenas porque han creido en las promesas de los hombres grises.

Esto que es una historia maravillosa, que leí en mi juventud, cuando la vida se veía de un color claro y fascinante, se convierte ahora en una metáfora demasiado impactante de lo que estamos presenciando en estos convulsos tiempos de crisis. Momo era la heroina que luchaba para recuperar el tiempo de todos, y creiamos en ella, y yo me pregunto: ¿Es posible que Momo vuelva desde mi juventud para hacerme creer que mi tiempo puede recuperarse? ¿Alguien puede devolverme siquiera los dos últimos años? ¿Puedo volver atrás? Indudablemente, no es posible.

Recuperar el tiempo que nos ha sido robado se convierte en una utopía, algo en lo que ni siquiera es conveniente pensar, eso en lo que perdemos mucho más tiempo del que nos han robado. Ni siquiera Momo podría decirnos qué hacer para no sentirnos como estatuas de sal por haber mirado atrás y habernos dado cuenta de que nos ha sido robado una parte irrecuperable de nuestra historia.

Miremos siempre adelante, allí siempre estará Momo para hacernos ver que el sol que sale por el horizonte es más bonito que la oscuridad de la noche que dejamos atrás.

Y... ¡vivamos¡

jueves, 8 de noviembre de 2012

El señor de las tinieblas...el Miedo

 Tal vez no nos acordaríamos del nacimiento de Bram Stoker hace 155 años si hoy, Google, no nos lo hubiera recordado a través de un doodle muy especial, que tiene como protagonista a su personaje más conocido: El Conde Drácula.

 Bram Stoker nació en 1847, en un ámbito familiar modesto y burgués, y, durante sus primeros años de vida estuvo enfermo y en la cama, asistido por su madre, que le contaba largas historias de miedo y misterio que le marcaron profundamente, como queda claro por las historias que le hicieron conocido mundialmente.

Aunque este irlandés escribió otros libros y creó muchas otras historias, siempre será conocido por este personaje, Drácula, que posee todas las cualidades para hacer aflorar nuestros miedos más profundos y secretos, los que nunca reconoceremos porque la exposición de los mismos nos daría aún más terror, el ser que nos produce esa palpitación y sudor frío que nos paraliza cuando pensamos que algo tan oscuro, tan abyecto, nos acecha. Los miedos, el terror, la paralización de cuerpo, mente, espíritu...Esa encarnación de lo que es básicamente el Mal en estado puro, el advenimiento de la oscuridad, aquello que desconocemos, que nos aterra, nos hunde y nos hace escondernos por instinto de supervivencia.

Pero, ¿de donde nacen nuestros miedos? ¿Creemos verdaderamente que va a venir por la ventana un vampiro llamado Drácula, o Nosferatu, o X y nos va a clavar sus dientes puntiagudos? ¿De verdad nuestros miedos son racionales? ¿Quién instala los miedos en nuestra mente?

En realidad, esta historia de terror nos habla de una lucha que no acaba nunca, la lucha entre el Bien y el Mal, dos conceptos abstractos que necesitan plasmarse en algo tangible para entender su verdadera esencia. Conceptos clásicos de lo que es el Bien y el Mal han existido y existirán siempre, personajes que los encarnan son habituales en todos los tiempos, incluso mucho más en los tiempos actuales. Lo que cambia es la forma en la que se manifiestan estos conceptos, según las modas, los gustos...según se considere más efectiva la manera de hacer creible que la lucha entre el Bien y el Mal se lleva a cabo, y mientras ello nos mueva desde dentro a nuestra propia lucha interior, posicionándonos en uno u otro bando.


La misma sociedad juega con nuestro miedo y nos inculca desde muy pequeños algunos conceptos que no perdemos nunca y que nos esclavizan. Porque esa es la función del miedo: la pérdida de la libertad que poseemos como individuos. Una libertad para pensar, una libertad para sentir, una libertad para amar...

Tengo que reconocer que tengo miedo a hablar del Miedo. Me pregunto a veces qué siento ante ciertas situaciones, y porqué actúo de algunas maneras que no termino de entender. Me planteo también las razones por las cuales las personas perdemos nuestra humanidad mientras luchamos en un eterno tablero de ajedrez unos contra otros. Si debo ceder en mi lucha ante el derecho a la libertad de los demás, si esta libertad es más importante que mi derecho a conservar mi dignidad, mi orgullo, mi esencia como persona...

A veces siento que somos como Nosferatu, vampiros que absorbemos la esencia de las personas, la parte más sensible, más humana, la que es más frágil porque proviene directamente de los sentimientos que guardamos como tesoros. Si es necesario entrar en esta lucha, si tengo tanto miedo y terror a hacerlo, si tengo, o he tenido a mis mayores enemigos tan cerca de mí que han absorbido todo lo bueno que atesoraba...Si algún día me planteo que su libertad es más importante que el derecho a mi dignidad, entonces sentiré verdadero pánico.

Incluso Homer Simpson tendría esa lucha interior, no sabría con quién quedarse.






domingo, 4 de noviembre de 2012

Babel


Ayer ví una película de las que te dejan el corazón desgarrado y para siempre tocado, en el sentido más puro y alejado del dolor. Y ocurre porque en un momento concreto de tu vida consigues tener los ojos muy abiertos para poder ver lo que realmente importa, y entonces te das cuenta de que esa pequeña cosa ha conseguido que tu vida avance en la dirección que tú siempre habías soñado, allí donde se aprende a encontrar en cada uno la faceta más humana, y que, a veces, escondemos detrás de una cortina demasiado tupida y gris.
Una película, dos horas de la vida de una persona contemplando la belleza del sentimiento humano en su más elevada expresión. 

La película de Iñarritu nos cuenta las historias entrecruzadas de varios grupos de personas que no se conocen, con dramas diferentes, y que, a pesar de la repentina e inesperada conexión entre ellos, siempre estarán aislados debido a su propia incapacidad de comunicarse efectivamente con su entorno.

Lo que cuenta es anecdótico, las personas son ficticias, pero los sentimientos se despiertan ante cada imagen, cada palabra y, sobre todo, ante una parte de la banda sonora que todavía tengo en la cabeza y no puedo olvidar ( por si a alguien le interesa, la tenéis arriba en un vídeo, es de Ryuichi Sakamoto).

La comunicación, la falta de ella, las palabras mal expresadas, las nunca dichas, las que no me dejaron decir, los sentimientos que no pude expresar porque a alguien no le interesó, el dolor de que las palabras son tiradas al viento y mueren sin haber cumplido su función. El dolor, siempre el dolor de no trascender, de que tu propio ser no llegue a ser conocido, a ser amado, a ser recordado. 

En realidad somos seres desconocidos para nosotros mismos, albergamos sentimientos y emociones que nos asustan, que no podemos controlar, que escondemos en sitios tan recónditos que algún día salen en tromba y son capaces de arrasar todo lo que se ponga por delante. Nos hacemos daño y hacemos daño, somos sordos y mudos ante nosotros mismos, y no se puede esperar más comunicación con las personas que nos rodean si no hablamos con nosotros mismos. Si no nos preguntamos quienes somos, cómo somos, qué sentimos o qué nos gusta, ¿cómo podemos esperar que nos importe la persona que tenemos al lado? ¿cómo podemos decir que conocemos a alguien si nunca nos importó lo que tenía que decirnos? ¿cómo podriamos amar si cerramos los ojos y los oidos para no vernos más que a nosotros mismos?

Vivimos en un mundo rodeado de Narcisos que se aman a sí mismos, pero...de esto ya hablaré otro día, cuando haya conseguido que la música de Sakamoto me inspire en esa dirección.

Hoy más que nunca, os escucho con los ojos muy abiertos, con los oidos dispuestos a leer más allá de lo que dicen las palabras. Escuchad esta maravillosa banda sonora que es vuestra propia vida, y escuchad la banda sonora de las personas que tenéis al lado, a veces no es necesario ni una sola palabra para saber lo que siente una persona.