jueves, 26 de diciembre de 2013

La Montaña Mágica


Se me acumulan los temas desde hace tiempo, y, como todo lo que se amontona, termina por convertirse en algo que se arrincona para poder olvidar que se nos viene encima una montaña que no hemos conseguido domar.


Quería escribir sobre la indignidad del ser humano, con ocasión de la tragedia de Lampedusa en la que murieron cerca de 200 seres humanos que sólo estaban luchando por una vida mejor. Murieron sin ayuda porque no eran nadie...



También se me ocurrió que estaría bien escribir sobre la situación de miles de españoles que tienen que convertirse en inmigrantes y salir de su tierra. Ahora serán personas incómodas para otros países, al igual que lo fueron otros en el nuestro. Puede ser que tampoco sean nadie para nuestros dirigentes, los que hemos votado con cierta ingenuidad desde que nos dijeron que éramos libres.



Pero luego pensé que es posible que a nadie le importe demasiado un mundo tan oscuro y desagradable, porque quizás llevamos demasiado tiempo instalados en una burbuja de la que no queremos salir para no resultar contaminados o, simplemente,  para no ser aquéllos que no son nadie. Porque no nos gusta ser invisibles, eso sólo les pasa a los superhéroes, aquéllos que fueron creados para hacernos sentir que estamos protegidos de los poderes del mal.



Pero yo sólo veo desde hace años héroes y heroínas de carne y hueso, cuyo poder consiste en sobrevivir con las miserias cotidianas, en rebuscar en la basura aquéllo que tiramos los que atesoramos cosas y cada vez somos menos personas, que pasan hambre y frío mientras observan cómo se les ignora porque, en realidad, hace tiempo que no son nadie. Sí, su poder reside en la invisibilidad, y el nuestro, en la ceguera selectiva porque sólo vemos lo que nos resulta cómodo y nos permite continuar dentro de nuestra burbuja protectora.



Quisiera pensar con esperanza, ese estado que nos permite vernos a nosotros mismos ascender las montañas más elevadas e infranqueables. Quisiera pensar con optimismo, eso que algunos llaman ilusión y otros un acto inútil y vacío. 

Y, ante todo, quisiera sentirme bien cada mañana sólo con mirar dentro de mi misma, porque quizás he tardado demasiados años en subir esa montaña porque estaba demasiado preocupada del eco de otras voces.

Tal vez dé demasiadas vueltas para decir lo que nadie quiere escuchar, pero sí tengo la seguridad de que lo que hago es lo que he querido hacer siempre, y es subir una cumbre demasiado alta y empinada donde ya no me alcanzará el alud que a todos nos asusta.

Y otra cosa puedo prometer y prometo: la próxima vez que escriba será con palabras que arranquen sonrisas...es una promesa que ahora sí puedo cumplir. 




photo credit: andresAzp via photopin cc

domingo, 22 de diciembre de 2013

La búsqueda de la esperanza









Hay momentos en la vida en los que haría falta un GPS para poder saber cuál es el mejor camino al que puedes dirigirte. Y días en los que ningún camino, por atractivo que parezca, te seduce lo suficiente como para empezar a dar ni un paso. 

Y, pensando en esto, se me ocurrió salir esta mañana a andar y a contemplar el paisaje, con la firme idea de intentar encontrar alguna señal que me indique qué propósitos pueden encontrar en la vida aquéllos que han perdido la esperanza, que no encuentran ninguna razón que les haga levantarse por la mañana con una sonrisa y, lo más importante, viven sin pasión, sin fuerza, como esperando que el final sea la mejor escena de la película


Vivimos tiempos difíciles, pero, aún así, siempre me ha parecido que la fuerza y la pasión por las cosas y las personas, siempre provienen de uno mismo, que no hay ningún botón mágico que nos haga cambiar nuestra actitud si no la hemos imprimido nosotros mismos en nuestro interior. Algo que parece fácil, y aún más fácil de decir, pero que se presenta como algo insalvable cuando vienen nubes negras desde el horizonte.



Por el camino fui encontrando alguna señal...



Primero pensé que una buena razón para seguir adelante siempre es pensar que, por duro que sea el camino, siempre habrá un lugar para descansar y un árbol que te dé su sombra. 

Y, con un poco de suerte, quizás no te sientas tan sola, ni desamparada, cuando puedas contemplar a lo lejos algo que sea mucho más grande que una misma.


Ese algo que nos haga pensar que quizás somos un sólo grano de arena, pero que juntos hacemos una montaña, y que merece la pena formar parte de ese algo tan grande que forma una montaña.






Y luego, mientras caminaba buscando señales, me encontré con algunos mensajes en las rocas.
Algunos de ellos me recordaron la gran capacidad del ser humano para destrozarse a sí mismo y a su entorno, ese mismo que forma parte inescindible de su propio yo.

Y, sin embargo, entendí que el Hombre, en sus virtudes y defectos, posee un arma grandiosa, capaz de las acciones más sublimes y las más denigrantes. Posee algo que, a veces, ni valora, ni es capaz de asimilar: su gran capacidad de comunicación y la necesidad de expresión de sus sentimientos y pensamientos. Algo que nos acompaña incluso en los silencios más prolongados y de cuya importancia no solemos ser conscientes, o no queremos serlo, o, simplemente, lo poseemos de manera tan fácil, que no apreciamos su valor y su importancia.


Y encontré palabras con mensajes claros, o más oscuros, o, directamente ambiguos. Y encontré palabras que tienen el significado de aquéllo que nos rodea, lo que nos preocupa, lo que nos hunde y nos eleva.
Pero, sobre todo, encontré palabras cuyo importancia radicaba en la búsqueda de la identidad personal, de la afirmación como persona. 

Y pensé, que, en el fondo, todos queremos dejar una huella en nuestro paso por esta vida. Y, cuando no lo hacemos, transitamos como almas en pena, esperando un pequeño milagro que nos haga trascender y no formar parte de la nada.

Y ponemos nuestro nombre sobre la luna y las estrellas, porque queremos hacerles ver que somos algo más que una grano de arena.

Y amamos, odiamos, reímos, lloramos, y, a veces, hasta morimos en vida, porque no hemos encontrado nuestra razón para seguir caminando. 

Pero, aún así, seguimos caminando, sin pasión, sin ilusión, sin alegría, como movidos por hilos invisibles de los que nos conseguimos deshacernos.




Pero yo, mientras caminaba por esta senda llena de hojas, me di cuenta de que el problema no está en el camino que recorremos, ni en las piedras que pisamos, ni en las veces que nos caemos y no sabemos levantarnos.


El problema que nos hace ser seres sin ilusión ni esperanza es no saber adonde lleva el camino, y recorrerlo siempre apresuradamente porque necesitamos llegar a una meta, y, mientras corremos en busca de algo que ni identificamos, cerramos los ojos y no podemos ver nada.

No vemos las hojas, no vemos las flores, no vemos los seres vivos que nos acompañan...no vemos porque no sabemos ver. Hemos atrofiado la capacidad de sorprendernos ante las cosas pequeñas porque buscamos algo muy grande, y nos desesperamos porque el camino nunca nos lleva a ello.

Y, entonces, en el final de mi paseo, vi a lo lejos un parque infantil que me hizo recordar quien era yo cuando caminaba por la vida con verdadera pasión y alegría. 

Descubrí que, mientras buscaba la esperanza, la ilusión y la alegría, había olvidado vivir la vida con los ojos de una niña. Y recordé cómo era yo cuando era inocente, cuando me sorprendía con cualquier cosa. Como era yo cuando no había visto en los ojos de los demás que no era lo suficientemente buena como para andar por caminos llenos de flores.

Y me fui a mi casa pensando que sí, que verdaderamente si uno busca señales, las encuentra. Sólo hay que mirar con los ojos del niño que fuimos. Tan simple que asusta.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Arrugas


Hay días en los que no debería abrir los ojos, simplemente para seguir soñando con aquéllo que no me hace sentir la soledad y tristeza de las cosas que, a veces, nos muestra la realidad.

Son momentos en los que la pérdida de un ser querido se convierte en un recordatorio de la soledad del ser humano cuando llega a esa edad en la que no se considera útil, y nos hace vernos en un espejo de doble cara en el que el futuro se nos muestra claramente lleno de arrugas y pesadas piedras en el corazón, mientras por el otro lado seguimos viéndonos con los ojos de quién desea levantarse todos los días y luchar por dejar recuerdos imborrables para no sentirnos tan solos y tan invisibles, con la esperanza de que el próximo día llegará con más luz de la que imaginamos.

Y reímos, lloramos, trabajamos y luchamos por razones que a veces ni entendemos, nos movemos como autómatas un día tras otro hasta que llega un día en el que nos paramos a observar desde un banco los recuerdos que hemos ido cultivando, llenos de arrugas en la cara y el corazón, llenos de la pena por la incertidumbre que supone no saber cuál será el camino siguiente. Y no lo sabremos nunca, sólo que es un camino desconocido.

Decía que me gustaría seguir durmiendo y no despertar, para no tener que ver cómo un anciano me pide dinero en la estación, o para no tener que ver cómo los últimos días de las personas están llenos de miseria y olvido, o cómo el mismo Estado olvida la dignidad de aquéllos que dieron la vida por nosotros. Creo que esto ya lo he dicho en algún sitio, pero hoy, que recuerdo con mucha pena a un familiar perdido, quisiera pensar que ese último suspiro no es lo último que quede en mi memoria, ni lo único, ni lo más importante. Y que la vida me conceda el favor de dejar algún recuerdo bonito en alguien, alguna huella imborrable, algún rastro que me haga vivir con la esperanza de que no soy invisible, y que, quizás para alguien, soy importante.

En memoria de Jesús, que iluminó una parte de nuestro camino, para que su recuerdo lo siga haciendo.

photo credit: omnia_mutantur via photopin cc

jueves, 26 de septiembre de 2013

Adios, Felipe, adios


Llevaba varios días intentando escribir sobre la noticia de la salida de Felipe Massa de su actual equipo, La Scudería Ferrari. Quizás he tardado en hacerlo porque me gustaría ponerme en el lugar de la persona que ha sido compañero de equipo de pilotos geniales e irrepetibles, y termina por darse cuenta de que la gloria no va a acompañarle, y que, después de rozarla con los dedos en 2008, ha partido para encontrarse con otras naves menos esquivas. Y quisiera darme cuenta de la dureza del sentimiento del que se siente derrotado y fracasado, y, a pesar de ello, se considera capaz de intentar aquéllo en lo que ya nadie cree más que él...o quizás ni siquiera él mismo.

Incluso intentando entender sus sentimientos, la realidad no hace más que recordarnos que éstos no valen para nada en este mundo en el que la competición es lo primero. Felipe tuvo la suerte de fichar por la Scudería (seguramente ayudado por su mánager, hijo de Jean Todt), pero, en mi opinión, quizás nunca tuvo el perfil adecuado, diseñado durante años con tiralíneas por un equipo que es más que equipo, leyenda.

Quizás su papel estaba creado simplemente para ser escudero de Michael Schumacher, y, trás la retirada de éste, se vio capaz de alcanzar el éxito ante la indolencia y desmotivación de Kimi Raikkonen. Pero a veces la realidad es algo que nos inventamos y que construimos sobre el aire, y, en ese intento de pisar de puntillas para no despertar de los sueños, terminamos por darnos cuenta que es más fácil bajar de la nube y aceptar que nunca seremos lo que tanto ansiamos.

Felipe debería haberse dado cuenta de que su sueño había terminado hace mucho tiempo, pero siempre he pensado que nunca seremos tan importantes como para juzgar sobre la vida de los demás, sin pararnos un momento a pensar qué sería de nosotros en la misma situación, qué sentiríamos ante la pérdida de los sueños que creíamos cercanos y que nos susurraban al oido, cuál sería nuestro papel en la vida ante la desesperanza y la soledad del perdedor. 

Y yo, que me he sentido, y hoy me siento, perdedora, puedo decir que la vida se convierte en una escuela en la que los sentimientos son el verdadero recurso didáctico. El verdadero fracaso consiste en no haber intentado conseguir los sueños, pero cuando éstos nos abandonan, se convierte en locura y sinrazón continuar persiguiendo lo que ya no nos pertenece. Felipe lo sabe, y yo lo sé, ahora es fácil continuar buscando en otro camino.

Continuar, luchar, y, por fin, recuperar la dignidad perdida en una lucha que no podíamos ganar.

Por tí, Felipe, y por todos los que son llamados perdedores en un mundo deshumanizado.



photo credit: slitzf1 via photopin cc

viernes, 6 de septiembre de 2013

El Gran Capitán


Hacía mucho tiempo que no encontraba un momento de tranquilidad para escribir sobre este deporte que se hace llamar Fórmula 1. Tal vez el tiempo es lo que no he tenido, ni la oportunidad, ni he estado donde debería estar en el momento adecuado, y tal vez yo no sepa ni aporte nada, ningún dato objetivo, ninguna estadística...hoy simplemente estoy dejando llevar los dedos por el teclado, en espera de que el fatum me inspire para saber qué nos depara el destino.

Antes de la carrera de Spa, cuando los resultados nos ofrecían un panorama bastante sombrío, las palabras de Fernando nos hacían pensar que se había dejado ganar por la desesperanza y el pesimismo. Pero todos sabemos que sólo basta un momento, un segundo nada más, para convertir la oscuridad en luz, que la gloria se alcanza a base de pequeños momentos, instantes que quedan grabados en nuestros recuerdos para recordarnos que alguna vez fuimos testigos de cosas extraordinarias. Incluso cuando se pierden las batallas, y las guerras, hay momentos que valen más que una victoria, y son aquéllos en los que luchamos sabiendo que la estadística nos dice que la pérdida nos acecha. Quizás sólo seís vueltas de una carrera, seis veces en las que los coches suben por Eau Rouge, seis veces en las que pensamos que el fatum se equivoca y nos dejará una vez más participar de la gloria.



En estos días que tanto se habla y se rumorea sobre el destino de Alonso, sobre sus filias y fobias, sobre su posible desencanto respecto a su equipo, cuando en las altas esferas se le reprocha su individualismo, yo me pregunto qué es lo que une a un grupo para luchar por una idea común, si existe la fórmula mágica que consiga hacernos olvidar que vinimos al mundo solos y moriremos solos. Y no encuentro respuesta.

Y recuerdo historias del pasado, en las que las grandes hazañas a veces han estado rodeadas de ingratitud, de vacío y de soledad, porque la historia la escriben los vencedores, y los que han sabido estar en el momento preciso y en el lugar adecuado.
Y aunque nadie recuerde ya al Cid, o a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, su historia es la historia de la ingratitud humana, esa que siempre se repite, en todas las etapas, la escriba quién la escriba, incluso en estos tiempos modernos en los que creamos la trascendencia a partir de ciento cuarenta caracteres.

Tal vez siga siendo una ilusa, pero quiero seguir soñando que la vida está hecha de pequeños momentos irrepetibles, y dedicarme a coleccionarlos. Y espero no olvidarme de dar las gracias a quién me los regala.

jueves, 11 de julio de 2013

Prisionero 46664




Fragmento de la película "Invictus", basada en la vida de Nelson Mandela como Presidente de su país, Sudáfrica.


Probablemente todo el mundo, y digo todo, sabe quien es Nelson Mandela, conocido más que nada debido a su largo cautiverio en una cárcel de Sudáfrica acusado de delitos de traición y rebelión contra el Estado. En un país como Sudáfrica donde hubo algo llamado "apartheid", que consistía en negar los derechos fundamentales básicos a un determinado grupo de personas, la lucha por cambiar este hecho se consideró como rebelión y traición. Esas paradojas de la vida, que no sé si tendré tiempo en esta vida para entender (y no quiero esperar a la siguiente).

Pero, ¿sabemos algo más de su vida? ¿de su infancia? ¿de sus motivaciones más íntimas? Casi todos nos hemos quedado en la superficie porque ahondar en la vida de una persona es un acto para el que se requiere perder la visión de uno mismo y adentrarse en terreno hostil, en lo que no conocemos, lo que nos es ajeno, porque hundirnos en la visión de alguien desconocido,  es olvidarnos de nosotros mismos para pensar que hay algo más que este espacio y este tiempo que se nos ha dado, y, para siempre, enterrar nuestro egoísmo.

Porque, ¿qué motiva a una persona a olvidarse de sí mismo y luchar por los derechos de otras personas? ¿Qué movió a Mandela a ser cabeza visible de una lucha por la que pasó 27 años en una cárcel? Sin duda, la ausencia total de egoismo, la generosidad más extrema.

Nelson Mandela nació en un pequeño poblado de 300 habitantes, y, desde pequeño pastoreaba ovejas y becerros, jugaba con otros chicos y escuchaba, fascinado, las historias que le contaba su padre sobre  guerreros que luchaban contra la opresión del hombre blanco. Cuando murió su padre, él tenía 9 años y fue entonces cuando aprendió lo que significaba la pobreza, algo que le enseñó quienes eran sus verdaderos amigos porque como él mismo dijo: "Mucha gente aparenta ser amigo cuando las cosas van bien, pero son muy pocos y valiosos los que se te acercan cuando no tienes nada". Algo que yo he aprendido hace poco.

A partir de ahí, inicia su activismo político en pro de los derechos de los negros en su país, una lucha que culmina, después de muchas vicisitudes, en lo que todos ya conocemos, su condena y cautiverio a lo largo de 27 años. 
Un día tras otro tras las rejas de una habitación, obligado a realizar trabajos forzados bajo condiciones que dañaron su salud, con la tristeza y la pena de saber que su madre y uno de sus hijos murieron y no se le permitió asistir al funeral. Con la rabia y el dolor de saber que son tus ideales y tus convicciones los que te han llevado a perder la esencia como ser humano, pero, a la vez, sabiendo que tu sacrificio te convertía para siempre en un símbolo de que la naturaleza humana, a veces, es capaz de las más hermosas acciones.

Me pregunto muchas veces cómo es posible perdonar las humillaciones, el dolor causado, la falta de sensibilidad, el egoísmo que lleva a reducirte a la nada...me pregunto y no encuentro respuesta más que en las palabras de Mandela, tantas veces escuchadas y repetidas, tantas veces sirviendo como ejemplo de cualidades humanas excepcionales:

"Siempre supe que en lo más profundo del corazón humano hay misericordia y generosidad. Nadie nace odiando a otra persona por razón de su piel, de su origen, de su formación, de su piel, o religión. La gente aprende a odiar, y si los hombres y mujeres pueden aprender a odiar, también pueden aprender a perdonar y amar. El amor es más natural al ser humano que el odio. En los momentos más horrorosos en prisión, cuando mis compañeros y yo éramos empujados al vacío, podía ver un atisbo de humanidad en los guardianes, quizás sólo un segundo, pero era suficiente para confiar en la bondad del ser humano".

En etapas de mi vida no muy lejanas, he tenido ocasión de practicar este ejemplo y he ahondado en la naturaleza de las personas que más daño me han hecho. He encontrado respuestas que me han liberado del odio, he desentrañado las motivaciones que han llevado a estas personas a dañar y me ha servido para aprender a buscar lo mejor de mí misma. Pero sigo siendo débil, no encuentro la manera de olvidar la humillación y el dolor, y entonces me maravilla pensar que una sola persona, alguien a más de 10.000 km de mí, ha sido capaz de hacer olvidar el rencor y el odio de un país entero. 

Y pensando esto, me doy cuenta de que también a mí me ha liberado. Por fin seré dueña de mi destino, y capitán de mi alma, sin importar el daño, sin que puedan ya tocarme los fantasmas del pasado, dejando atrás para siempre lo que me hizo esclava en una cárcel tan oscura.

Por todas aquellas personas que nos enseñan la mejor esencia de los seres humanos, porque, aunque se vayan, su vida ya ha dejado una huella imborrable. 








lunes, 3 de junio de 2013

Toledo, mon amour



Probablemente no necesite demasiadas palabras, ante algunas imágenes de esta ciudad poco se puede añadir porque son muchos los días en los cuales mi amanecer ha estado enmarcado por la silueta del Alcázar, muchas las lágrimas que han llegado al Tajo, muchas las alegrías, esperanzas e ilusiones que he dejado grabadas en sus piedras. Y la misma ciudad os podría contar que, desde hace siete años, piso sus calles, me inundo del aire y comparto el torrente de este río que nos lleva, sin darnos cuenta, al pasado, al presente y al futuro. 

Pocas palabras que no hayan quedado dichas a lo largo de los siglos por todas las generaciones que han construido su historia, y que yo, ahora, comparto, con el agradecimiento del que se sabe poseedor de un regalo, el más eterno, el más valioso, aquél que te hace pertenecer a la tierra, y hundirte en ella para, por fin, ser parte de algo que no muere ni morirá nunca.

Por todos los años vividos, por todas las luchas, las penas, las alegrías, por todas las personas que me han acompañado y me acompañan, por todo aquéllo que ya está escrito con tinta indeleble, lo bueno y lo malo, todo lo que sólo saben tus calles, tus muros, tus piedras...mi homenaje es para ti  hoy y siempre, para que seas mi memoria, para que nunca pueda olvidarte.



sábado, 27 de abril de 2013

Fahrenheit 451























Demasiados días, demasiadas horas, demasiados momentos perdidos sin hacer lo que me quema por dentro y lo que, de verdad, me hace pertenecer a un minúsculo espacio y momento en el que me siento como un ser humano en todas sus dimensiones. Demasiado tiempo y espacio para expresar a los cuatro vientos que vengo con las manos vacías y que sólo sé que no sé nada. 

Hoy me desperté pensando en un libro que leí y volví a leer hace ya mucho. En él, un visionario Ray Bradbury, nos aportaba una visión de futuro claramente desoladora en la que una sociedad humana se ve esclavizada y sometida a los arbitrios de una minoría que decide sobre sus vidas. 
La libertad no existe, las personas son vigiladas y sometidas, se prohiben los libros y son perseguidas aquéllas personas que los poseen, sometiendo al fuego todo aquéllo que nos declara libres de pensamiento y sentimiento.

Sin duda, Ray Bradbury pretendía realizar una crítica de algunas de las experiencias vividas en su tiempo: la persecución política del Senador McCarthy, la quema de libros del nazismo, o, incluso, las muertes ocasionadas por las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, no creo que hubiera podido pasar por su mente que, en un futuro, ese fuego destructor estuviera formado por llamas que no arden. Que todo aquéllo que nos estuviera destruyendo fuera la falta de ideales, la pérdida de nuestros derechos, la ambición y el egoísmo de una casta política y económica que no duda en reducirnos a cenizas sin ni siquiera prender una cerilla...y que todo ello sea realizado bajo la mirada atenta de aquéllos que nos miran como a niños indefensos que no sabemos lo que hacemos.

Pero sí lo sabemos, somos conscientes de que nos están destruyendo con un fuego que no arde, que nos consumen a partir de la pérdida de aquéllo que nos hace humanos, porque la palabra que no se lee, que no se pronuncia, nunca podrá llegar a nuestras mentes y distorsionarlas, que la manipulación se consigue cuando somos un rebaño sin criterio, una masa sin rumbo ni conciencia de su origen. Y lo sabemos.

Por fin lo sabemos. Sabemos que un libro es mucho más que un conjunto de hojas, mucho más que una bonita cubierta, algo más que un adorno. Sabemos que, a través de ellos, fluye de manera descontrolada todo aquéllo que nos convierte en seres humanos y nos hace volver a ser niños, o nos constituye en seres con dignidad. Que las palabras no son sólo manchas de tinta que puedan quemarse a 451 grados Fahrenheit, porque nunca podrán borrarse de nuestra mente y nunca dejarán de alterar nuestro corazón.

Si sabemos esto, hemos ganado la lucha, esa para la que no hace falta más arma que nuestro cerebro. Sólo necesitamos creer de manera ciega en el fuego que tenemos dentro.

Y si mantenemos la llama encendida, la oscuridad no podrá doblegarnos.





miércoles, 6 de marzo de 2013

Te doy la voz y la palabra



























Tal vez hoy sea un buen día para hacer un ejercicio de memoria y pensar en ti. 
No es que haya dejado de hacerlo, ni que el recuerdo sea menos intenso, es simplemente que un día, quizás, se enciende una luz que te indica que los recuerdos vienen y se instalan en tu memoria por alguna razón.

Seis años...pero la imagen de unos ojos que se apagan siempre permanece, y vuelve, de manera recurrente, para hacerme comprender que sí, que sigues a mi lado, y que lo harás siempre, porque esa mano que yo siempre he buscado es la tuya.

No necesito más palabras para que sepas, si puedes oírme, que cada día, y cada noche, y cada despertar te pertenecen, aunque pasen otros seis, o quince, o veinte años. Y que, si miro al horizonte, donde se intuye todo lo que es trascendente, aparece tu sonrisa, y hasta puedo oír cómo me dices muy bajito, desde aquella lejanía, que por fin sabes que todas nosotras estamos contentas. 

Y no te hará falta preguntarlo nunca más, si lo estamos es por tu recuerdo.

A la memoria de Santiago Cámara Pozuelo.


lunes, 21 de enero de 2013

I Have a Dream



"Ben, prepárate para tocar Precious Lord, Take My Hand (Señor, toma mi mano) en la reunión de esta noche. Tócala de la manera más hermosa"....Y se hizo el silencio. Nadie pudo escuchar más que los sonidos que preceden a la tragedia, y  Dios tomó la mano de Martin Luther King.

Fueron las últimas palabras de Martin Luther King antes de ser asesinado un 4 de abril de 1968 en Menphis (Tennessee). Las últimas palabras de alguien que anduvo por tantos lugares aportando un mensaje de esperanza en la libertad y la dignidad del ser humano, y que dedicó su vida a una lucha sin tregua por los derechos civiles de la población de color de EEUU.

No ha perdido su actualidad, sigue vivo en los discursos de todos aquéllos que luchan por lo que es hermoso y puro, quizás una utopia, un sueño irrealizable, algo imposible que nos da miedo expresar...pero todos tenemos sueños, y algunos de ellos hasta pueden cumplirse.

Yo sueño con un País llamado España, esa tierra que es grande y generosa, y en mi sueño veo cómo algún día podremos olvidar que las divisiones nos llevaron a la muerte y a la pérdida de la libertad.

Yo sueño que en esa tierra llamada España suena la música que nos llevó a luchar por recuperar nuestra identidad perdida, que nos motivó para salir a la calle a gritar sin ira y a perdonarnos unos a otros.

Yo sueño que algún día todos, en esa tierra llamada España, volveremos a recuperar la esperanza en la grandeza de nuestras instituciones y leyes, pensando que no son ellas nuestras enemigas sino la clave de nuestro futuro.

Yo sueño que este País llamado España hace honor a su grandeza y defiende con uñas y dientes los derechos y libertades de sus ciudadanos, esos por los que nuestros antepasados lucharon, y que defendieron incluso con sus propias vidas.

Yo sueño con que la Libertad y la Igualdad que representa este País llamado España se haga algún día efectiva, para que todos y todas los que aquí nacemos, vivimos y morimos podamos tener la misma condición de personas con dignidad. 

Yo sueño con no volver a ver las imágenes de la desesperación, la pobreza y la muerte de algunos de los ciudadanos de este País llamado España, y sueño con no volver a ver cómo los que nos representan vuelven la vista ante este horror.

Yo sueño con que algún día me levantaré por la mañana y escucharé aquélla canción de esperanza que Martin Luther King no pudo llegar a escuchar. Y sueño con sus palabras, y las de tantos otros y otras que murieron o dedicaron su vida a la lucha por los derechos y libertades de los demás, en un acto de generosidad sin límites, que a veces, aunque se tarden muchos años, da sus frutos y se convierte en un sueño cumplido. 

Porque quizás Martin L.K. nunca pudo imaginar ni soñar, que un simple hombre de color pudiera hacer realidad un sueño, y dedicarle Precious Lord, Take My Hand (Señor, toma mi mano), de la manera más hermosa.



Porque los sueños no tienen nacionalidad, ni banderas, ni pertenecen a nadie más que a los hombres y mujeres que son capaces de luchar por ellos...por la Igualdad, la Libertad y la Dignidad de todos ellos en cualquier lugar de este Planeta llamado Tierra.

martes, 8 de enero de 2013

El Palacio de los Vientos



A veces me siento delante de la página en blanco y me pregunto si seré capaz de jugar con las palabras para hacerlas más bellas de lo que ya son, sin que nadie las toque y las moldee como si de barro fueran. En esos momentos en los que ese juego se convierte en un acto de amor hacia la esencia de la comunicación, el pánico se apodera de mí por un momento, sólo un instante, y la responsabilidad se convierte en movimiento. Y simplemente escribo, con absoluta e irrefrenable pasión.

La pasión, esa manera de hacer cualquier cosa como si te jugaras la vida en ello, esa forma de encerrarte en tí misma sin posibilidad de ver más que aquéllo que tienes delante y amas, con el corazón lleno de algo que no sabes definir pero que te empuja a seguir más allá de todos los límites que pone la razón. Porque esos, los límites, sólo los pone uno mismo.

Como el amor, que se convierte en ese apego irrefrenable por la persona amada, llevado hasta los límites más inalcanzables, capaz de subir las más empinadas cuestas, bajar a los abismos más oscuros. Todos nuestros movimientos se convierten en actos para los que no somos más que marionetas movidos por los hilos de la pasión, incapaces de ser independientes, con ese sentimiento que nos invade, unas veces con la gloria del triunfo, otras veces con la más absoluta desesperación por la pérdida de ese objeto de nuestros pensamientos, la esencia de nuestra propia alma. 

Hace poco redescubrí una película que me ayudó a poner en imágenes y en sonidos lo que ya pensaba sobre la Pasión, y sobre las consecuencias positivas y negativas de esa "explosión" de sentimientos. Su título es "El Paciente Inglés", y está basada en un maravilloso libro de Michael Ondaatje del mismo nombre.
La trama nos muestra una historia de amor, un simple relato de pasión prohibida en tiempos de guerra, y que culmina con la tragedia, la pérdida, la muerte y el dolor. Sólo los ojos grises de Ralph Fiennes, o la mirada intensa de Kristin Scott Thomas nos llevan más allá de las emociones, nos impulsan a creer en que el amor y la pasión son capaces de mover el mundo y llevarnos a los lugares soñados. 

Algunas palabras resuenan en mi mente y no he podido olvidarlas..."Las traiciones durante la guerra resultan infantiles comparadas con nuestras traiciones en tiempos de paz. Los amantes, primero se muestran nerviosos y tiernos hasta que lo hacen todo añicos, porque el corazón es un órgano de fuego". Y esa es la esencia de lo que sentimos cuando nos invade la irracionalidad de algo que no entendemos pero que nos impulsa sin remedio, y nos hace olvidar las trabas y los límites que algún día nos pusimos.

Quizás alguna vez podamos encontrar el sentido a lo que escribía Kristin Scott Thomas mientras esperaba la muerte en una fría cueva..."Sé que vendrás y me llevarás al Palacio de los Vientos. Sólo eso he deseado, recorrer un lugar como ese contigo, con nuestros amigos, una tierra sin mapas..." Esa tierra sin mapas y sin límites en la que cualquier cosa es posible si la soñamos una y otra vez, si conseguimos poner en movimiento aquéllo que arde en nuestro interior.

Yo sueño con las palabras, una y otra vez,  sé que vendrán algún día y me llevarán a ese Palacio de los Vientos, esa tierra sin mapas, esa tierra sin límites...