jueves, 22 de febrero de 2018

El sueño eterno


Si pudiera encontrar las mejores palabras que definan lo que se siente ante una despedida, probablemente las guardaría en una caja con llave por temor a utilizarlas, y es que siempre he pensado que es mejor despedirse sin decir nada, tal vez ni siquiera mirando hacia atrás para encontrar los ojos y sus miradas o las manos y su piel.
No te has ido todavía y ya me pregunto qué podría decir. Tal vez me preocupo demasiado por las palabras, y en momentos como éste, no las hay, y es inútil buscarlas.

Allá donde vayas, en los lugares que encuentres, los aires que respires, los cielos que te iluminen, sólo espero que dejes la huella que compartimos, para poder encontrar el camino que nos haga volver a cruzar la mirada. 

Es poco lo que puedo decir, aunque mucho lo que me obligo a no sentir. No hay nada peor que saber que algún día recorreré el mismo camino y quizás no haya ninguna luz que me ilumine en la oscuridad. Es triste saber que ya habrá quién lo haya recorrido antes y no podré encontrar sus huellas.

Hoy sólo quería decirte que hay algo que nos une, y es la senda oscura que recorremos sin saber adonde conduce, ese camino en el que buscamos las huellas que nos inundaron algún día de amor el corazón. 

Quiero pensar que al final del mismo existe todo lo bueno que nos fue negado en este eterno sueño por el que transitamos, y que, tarde o temprano, todos seremos parte del aire, del agua, del fuego y la tierra. 

Tarde es ya cuando recuerdo que no te dije adiós, tan sólo con el pensamiento, tarde es y me pregunto si estarás cerca o lejos, o quizás en ese lugar del espacio-tiempo en el que no existen este tipo de preguntas. Allí donde estés, recuerda que nunca muere quien permanece en los pensamientos de alguien que mira al cielo.